Un par de
días antes de que comiencen las clases, el gobierno porteño
nos hizo su oferta salarial: $3.000 de salario inicial de
bolsillo, a partir de marzo (a cobrar en abril) y $3.120, desde
julio (a cobrar en agosto). Esta cifra representa un aumento
concreto de $485 en la primera cuota y de $120 en la segunda. Si
nos referimos a porcentuales, corresponde un 19,2% en la primera
cuota y un 4%, en la segunda. Estas cifras, es importante
recordarlo, van muy a la zaga de los aumentos constantes de
precios en trasporte, servicios, impuestos, vivienda, alimentos
y demás.
La
propuesta oficial, además, continúa con la política de
achatamiento de la escala salarial. Si tomamos, por ejemplo, el
caso de un docente con 22 años de antigüedad, el aumento en
efectivo es de $499. Es decir, $64 más que el de un maestro que
recién se inicia. Si hablamos de porcentajes, el aumento
representa tan sólo un 10,5%.
El
porcentaje de las cifras en negro araña el 40% en el caso de un
maestro que recién se inicia. Y los descuentos por los días de paro
efectuados el año pasado directamente pasaron al olvido.
Es más
que evidente que, aún con este incremento, es imposible sostener una
familia con un solo cargo. Por lo tanto, la necesidad de un
segundo, y hasta un tercer turno de trabajo, se torna indispensable.
Esta simple realidad (sin contar todo el trabajo no pagado de
planificación, corrección, formación... que realizamos fuera
del horario laboral) es más que suficiente para desmentir las
palabras de la presidenta, que afirma que trabajamos cuatro horas
diarias. Hoy, cualquier maestro de grado debe trabajar más de un
cargo al frente de alumnos para llegar a fin de mes.
Y la
frutilla del postre es que en la ciudad se dio por terminada la
negociación salarial sin que se haya saldado a nivel nacional.
Esta
propuesta salarial fue aceptada en los hechos, por la conducción de
la UTE, al no plantear ninguna medida de fuerza para rechazarla.
Por su
parte, Ademys convocó a un paro, que, por lo poco representativa de
la asamblea impulsora y lo tardío del llamado (se votó el sábado
anterior al comienzo del ciclo lectivo), no contó con el apoyo de la
docencia porteña.
Es más
que claro que nuestro salario sigue siendo insuficiente. Por las
características de nuestro trabajo deberíamos poder estar
media jornada al frente de alumnos y media jornada realizando las
tareas propias del magisterio, como planificaciones, correcciones,
capacitaciones y un larguísimo etcétera. Todo, por un salario
acorde a la canasta familiar.
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